domingo, 19 de junio de 2011

Cambios de actitud: cuando la desesperación suplanta la alegría.

No me dejé de tocar la panza por lo menos por 3 horas. Estaba como excitada. Realmente la fantasía de niña se hacía realidad. Nada de globos, almohadones o camperas enrolladas: tenía un bebé adentro mío, formándose, gestándose. Estaba dando vida. Una vida que iba a cambiar la mía, que me iba a llenar de alegría, orgullo y preocupaciones. Una vida que dependía de mí, de lo que haga, no haga, le enseñe o le dé de comer. Una vida que todavía no sabía si iba a jugar a las muñecas o con los autitos y llenarse de barro. Una vida que pasar a buscar por el colegio y revisarle la tarea, que le iba a tener que pegar algún grito cuando se mande una macana y que iba a llorar con la tormenta. Una vida que me va a acompañar en todo momento y que me va a pelear cuando sea adolescente. Será punk? ateo? biker? científico? ciclista? profesor? albañil? rockero? pintor? soñador? creativo? tímido? tendrá problemas? nacerá bien? Miles y miles de preguntas se me cruzaban por la cabeza y no era capaz de responder siquiera una. La ansiedad y la adrenalina me exhaltaban por las noches y a veces terminaba llorando inconsolablemente justamente por este miedo, esta incertidumbre. El solo hecho de pensar que en cierto punto todo iba a depender de mí me ponía nerviosa, inquieta, indomable.

A partir de que noté el crecimiento en la panza empezó la época más difícil en cuanto a lo psicológico. Noches y noches enteras leyendo de maternidad y asistiendo a charlas y hablando con madre del tema. La desesperación para que esté todo bien me llevaba al insomnio y me dejaba sin uñas. Marcos intentaba tranqulizarme, decirme que así era peor y no entendía por qué estaba así. Buscaba maneras de ayudarme, hacerme entrar en razón de que estando así iba a provocar yo misma lo que quería evitar a toda costa. La salud del bebé me preocupaba siempre. Dejé toda clase de comida grasa y no-recomendada por el médico. Bajé kilos que no tenía que bajar y eso me descontroló.

Mario, Laura, mis viejos, mis suegros y los médicos me repetían y repetían que tenía que bajar unos cuantos cambios o sino le podía llegar a pasar algo al bebé. Dejé de trabajar, me instalé en mi casa, esperando que se cumplan los 9 meses. ¿Qué habrá sido lo que me llevó a semejante cambio de vida? El instinto maternal se había traslocado y, si seguía así, la cosa no iba a terminar nada bien.

sábado, 4 de junio de 2011

¡Tengo panza! (y no es por los canelones)

Mario se tomó todo el café que yo no me podía tomar y yo preferí unos jugos de frutas. Me contó todo en un par de horas: viajes, ciudades, fiestas, chongos, sexo, trabajo, moda. ¡Cómo lo extrañaba! Estaba necesitando de una complicidad así con alguien desde hacía tiempo. Me contó lo último en zapatos, lo último en bebidas, lo último en decoración y en tecnología. Me hizo una lista detallada de cada chongo que había conocido en esos hermosos lugares del mundo y describió a cada uno con tanto detalle que hasta me puse medio cachonda yo también.

Después de 4 horas y media quiso comprarle algo al baby y entonces nos fuimos de shopping. Ir de compras con Mario es como tocar el cielo con las manos. Sabe a dónde ir, con quién hablar y qué pedir. Chicas: no saben lo bien que viene un amigo gay en la vida, ojalá tengan la misma suerte que yo. Cuando no sabés qué ponerte, lo llamás y te soluciona todo y vos matás esa noche.
Nos probamos de todo en todos los locales que nos parecieron adecuados y dejamos para lo último los cochecitos, cambiadores, mamaderas y escarpines. Yo hasta ese momento no había comprado nada pensando que todavía había tiempo, pero cuando caí en la cuenta, la lista no terminaba más. Una vez más lo tenía a Mario salvándome las papas. Empezamos a tachar mentalmente algunas cosas que ya, gracias a la madrina, iba llevando en enormes bolsas coloridas.
Es increíble lo boludas que son las vendedoras de artículos de bebés. Está la que te habla como un perrito, que te toca la panza, que te cuenta de la caca y los vómitos y hasta métodos para hacer que se tire pedos. Tenemos a la abuela que te cuenta todas sus experiencias con hijos, nietos y bisnietos y vos tenés que estar como 40 minutos por un par de mantitas. Amorosas todas, con todo el amor y la paciencia del mundo, pero por favor, ¿algún día iba a terminar así yo también? Igual ninguna peor como la renegada que dice que no es nada placentero, que te levantás a la madrugada todos los días, que cuando lloran son insoportables y bla bla bla. 5 minutos duramos en ese local, con Mario cruzamos miradas y nos entendimos.

Cuando volvía para casa pasé por un espejo y me empecé a mirar detalladamente. Me quedé helada: me estaba empezando a crecer la panza y con forma, no sólamente por los canelones y las facturas de la oficina. No pude evitar llorar ahí mismo de la emoción y Mario sacó su pañuelo italiano de seda y me lo dio. Él se hacía el duro pero tenía los ojos vidriosos.
En el auto volvimos hablando de cómo había cambiado todo en tan poco tiempo y recordamos viejas anécdotas juntos. Terminamos llorando a moco tendido y cuando entramos Marcos dijo: 'Uy, y yo que pensé que te iba a hacer bien'. Y de las lágrimas pasamos a la carcajada en un segundo.