sábado, 17 de septiembre de 2011

Querido Papá Noel

Con las copas en alto dijimos los últimos deseos para ese año que se iba. Estábamos listos para renovar las energías y afrontar otro nuevo año, que pronto comenzaría. Agradecimos estar todos juntos, sanos, unidos, en la dulce espera de un nuevo integrante. Y brindamos, chochos de la vida, uno por uno nos saludamos deseándonos lo mejor y diciéndonos cuánto nos queremos.

Conociendo a Marcos no me extrañó lo que hizo. Sólo él sabía de ésto. En medio del brindis, cuando se empezaron a escuchar los primeros fuegos artificiales, él se fue adentro de la casa de mis tíos, donde estábamos festejando Navidad, y después de un rato salió disfrazado de Papá Noel. Imaginensé las carcajadas de todos ante ese trucho Papá Noel que venía, para colmo, sin regalos. O eso creíamos.
Salió corriendo a la calle, gritando como un loco, parecía borracho, y empezó a saludar a todos los vecinos, deseándoles feliz navidad y haciendo el típico 'jojojo' a todo el mundo. Nosotros nos reíamos y avergonzábamos al mismo tiempo. Afortunadamente los niños de la familia ya conocían el verdadero origen de los regalos y no se llevaron ninguna decepción.

Todo venía genial, ya estaban preparando las copas con helado para todos y los chicos ya estaban abriendo las garrapiñadas, cuando Papá Noel nos trajo el regalo. Típico de Marcos, se quiso hacer el gracioso y esta vez le salió mal. Agarró una de esas bombas de estruendo, pero de las potentes y se fue al medio de la calle. La prendió y empezó a jugar, dando vueltas, saltando, haciéndose el valiente. Al principio nos reíamos, pero mientras pasaba el tiempo y veíamos que no la tiraba, le empezamos a gritar que la tire, que no sea boludo, que se iba a lastimar.

Pasó todo en un segundo. La bomba de estruendo explotó, pero Marcos no llegó a tirarla. Salimos corriendo al medio de la calle a los gritos, los vecinos se acercaron y alguno se avivó y llamó a la ambulancia. La felicidad se fue a la mierda y tuvimos que salir todos corriendo al hospital más cercano. Los chicos se largaron a llorar y mi abuela estuvo a punto de descompensarse. Así como estábamos dejamos todo y salimos.

Mientras las familias disfrutaban de la fiesta en paz y tranquilos, yo cruzaba media ciudad para curar a mi marido. Me esperaba lo peor. ¿Y si le había dañado alguna parte importante? No podía ver nada, entre el traje de Papá Noel y las manos negras de él no distinguía las heridas. Tampoco me dejaron mirar mucho, dado mi estado y en las circunstancias en que había pasado todo. Me acompañaron mi viejo y Joaquín, mi primo. No paraba de putearlo y preguntar cómo estaba él.
Llegamos, corriendo encontramos un médico y le contamos lo que había pasado. Ahora sólamente quedaba esperar...