Los lunes son caóticos por naturaleza, se sabe. Y ése no fue la excepción.
Marcos se levantó temprano tal como lo habíamos acordado e hizo los llamados correspondientes para avisar no sólo del embarazo sino de la ausencia y los motivos totalmente justificables. No hubo ningún problema.
No me llevó el desayuno a la cama y me tuve que levantar por un portazo que le dio a la puerta del baño. Estaba nervioso, se le caían las cosas, caminaba de acá para allá y balbuceaba frases misteriosas. Por primera vez lo ví raro.
Fui hasta la cocina y lo encontré con los ojos rojos, con la mitad del pijama y la mitad de la ropa que se iba a poner. Revoleaba las piernas por el piso y puteaba por cualquier cosa. Le pregunté si estaba bien y me dijo que no, que no había podido dormir en toda la noche y que era un manojo de nervios.
No sé si se lo habré contagiado o qué, pero el que ese día estaba alterado era él y no yo.
Salió torpe, apurado y como temeroso. Se subió al auto, pero se había olvidado las llaves así que tuvo que volver a subir y en el trayecto se habrá acordado de Dios, de la madre del vecino y la hermana del que justo pasaba por ahí; no bendiciéndolas, claro.
Como un día de otoño, después de un fin de semana soleado y agradable, llegan las nubes y los malos humores. Yo pensé que se había enojado conmigo por lo del día anterior, pero por las dudas no se lo pregunté y cruzamos 3 palabras como mucho.
Para ponerle más leña al fuego, las calles de la ciudad amanecieron con pozos sumamente importantes que nos hicieron saltar en más de una esquina y con vendedores ambulantes que querían encajarte las lapiceras, cuadernitos y los pares de media como sea.
Esperando el semáforo, y dado que era una hora pico, eramos una larga fila de autos apretujados como esperando el tiro para empezar la carrera. Sin embargo, las bicicletas que se meten por cualquier lado y andan esquivando peatones y perros como un jueguito de computadora nos pasaron tan tan tan cerca, que una le rayó el auto a Marcos.
El auto es para él lo que para mí una buena copa de frutillas con crema mirando la novela de la tarde. Y enloqueció. Fue la gota que rebalsó el vaso. Es increíble cómo cuando tenés un mal día te pasan todas las cosas juntas y ahí lo ví a Marcos saliendo echo un lobo del auto, agarrando al pendejo de la bicicleta, haciendolo caer al piso justo cuando el semáforo daba verde.
No me quedó otra que bajarme del auto yo también.
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Hace 1 año