Para terminar de sacarle a la doctorcita de la cabeza, cuando llegamos a casa, le hice un gestito cómplice y nos fuimos directo a la cama. En ese momento me empezó a doler la panza, tenía mareos y sentía el estómago revuelto. Pero pensé en seguir adelante con mi plan.
Estando encima de él, en medio del acto, no aguantaba más. No lo estaba disfrutando, estaba desconcentrada, como en otra. La cabeza me daba vueltas, me subían y bajaban cosas por dentro y, casi sintiendo que iba a explotar como un volcán la cena de esa misma noche, salí corriendo tapándome la boca con la mano.
Llegué con lo justo al inodoro y lancé todo. Marcos me gritaba desde la cama si estaba bien, si necesitaba algo, qué qué podía hacer él. Y yo seguía con el volcán interior que parecía no parar.
Medio renegando, y cansado, se levantó, se puso el calzoncillo y me fue a buscar un vaso de agua y me tranquilizó con caricias, diciéndome que me calme, que todo estaba bien. Sin preocuparme, sabiendo que los primeros meses eran los peores y que estas situaciones se iban a repetir bastante seguido, le agarré la mano, sin decir nada, esperando a que pase.
A los minutos, estaba sentada en medio del baño, con los pelos revueltos, cansada, me lloraban los ojos de hacer fuerza y tenía un sabor espantoso en la boca. Desnuda, abatida, me paré, empecé a sentirme un poco mejor, me miré al espejo y me empecé a reir. La escena dejaba mucho que desear. A partir de este momento si buscaba la seducción, no se me iba a borrar nunca la imagen en el espejo. Nunca había estado peor.
Me sequé la baba, me lavé los dientes, me arreglé un poco y me vestí. Lo que antes había sido el intento de un encuentro sexual, ahora se había transformado en una pieza de enfermo. El tecito en la mesa de luz, la frazada por el frío, la almohada para estar mejor y el silencio absoluto para no molestar. No quise tomar ninguna pastilla, aspirina o algo que se le parezca, por las dudas. Más aún en los primeros meses. Si las cuentas no me fallaban, estaba entrando a la séptima semana de embarazo. Tenía que tener fuerzas, ya que, según me habían dicho, en mes, mes y medio iba a empezar a poder disfrutar, por fin, de todo lo que me estaba pasando. Las náuseas y demás síntomas quedarían en el recuerdo como anécdotas divertidas.
El santo de mi marido, que se quedó caliente, decidió dormir en el sofá para no molestarme y que tenga todo el espacio en la cama que necesitara. Pasó frío, estuvo incómodo y no durmió bien.
Al otro día me sentía un poco mejor, pero todavía quedaban muestras de la noche que había pasado. Estábamos en el auge del otoño y Marcos se resfrió. Ahora los dos necesitábamos más mimos que nunca.
A eso de las 5 de la tarde, cuando los dos volvimos de trabajar, volvió a sonar el teléfono de Marcos anunciando una llamada de Carolina. Y ahora, ¿qué quería?
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Hace 1 año