No me dejé de tocar la panza por lo menos por 3 horas. Estaba como excitada. Realmente la fantasía de niña se hacía realidad. Nada de globos, almohadones o camperas enrolladas: tenía un bebé adentro mío, formándose, gestándose. Estaba dando vida. Una vida que iba a cambiar la mía, que me iba a llenar de alegría, orgullo y preocupaciones. Una vida que dependía de mí, de lo que haga, no haga, le enseñe o le dé de comer. Una vida que todavía no sabía si iba a jugar a las muñecas o con los autitos y llenarse de barro. Una vida que pasar a buscar por el colegio y revisarle la tarea, que le iba a tener que pegar algún grito cuando se mande una macana y que iba a llorar con la tormenta. Una vida que me va a acompañar en todo momento y que me va a pelear cuando sea adolescente. Será punk? ateo? biker? científico? ciclista? profesor? albañil? rockero? pintor? soñador? creativo? tímido? tendrá problemas? nacerá bien? Miles y miles de preguntas se me cruzaban por la cabeza y no era capaz de responder siquiera una. La ansiedad y la adrenalina me exhaltaban por las noches y a veces terminaba llorando inconsolablemente justamente por este miedo, esta incertidumbre. El solo hecho de pensar que en cierto punto todo iba a depender de mí me ponía nerviosa, inquieta, indomable.
A partir de que noté el crecimiento en la panza empezó la época más difícil en cuanto a lo psicológico. Noches y noches enteras leyendo de maternidad y asistiendo a charlas y hablando con madre del tema. La desesperación para que esté todo bien me llevaba al insomnio y me dejaba sin uñas. Marcos intentaba tranqulizarme, decirme que así era peor y no entendía por qué estaba así. Buscaba maneras de ayudarme, hacerme entrar en razón de que estando así iba a provocar yo misma lo que quería evitar a toda costa. La salud del bebé me preocupaba siempre. Dejé toda clase de comida grasa y no-recomendada por el médico. Bajé kilos que no tenía que bajar y eso me descontroló.
Mario, Laura, mis viejos, mis suegros y los médicos me repetían y repetían que tenía que bajar unos cuantos cambios o sino le podía llegar a pasar algo al bebé. Dejé de trabajar, me instalé en mi casa, esperando que se cumplan los 9 meses. ¿Qué habrá sido lo que me llevó a semejante cambio de vida? El instinto maternal se había traslocado y, si seguía así, la cosa no iba a terminar nada bien.
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Hace 1 año