jueves, 21 de octubre de 2010

Doctor, doctor.

Al otro día me sentía mejor. Sí, tuve que ir un par de veces más al baño por mareos y demás, pero estaba relativamente bien. La casa había quedado hecha un desastre así que me puse a acomodar un poco y revolviendo las cosas y recordando olores pasados. Según me contaron después fue todo un éxito y hasta algunos parientes que estaban peleados, retomaron el diálogo. De Julián no me llegó ningún comentario y Marcos me había dejado una notita en la mesa que había salido a comprar unas cosas y que me amaba.
Yo aproveché el sábado a la mañana para irme hasta la clínica y averiguar si ya estaban los resultados de los análisis de sangre. Por suerte estaba todo bien, le comenté al doctor lo de la bendita tabla de fiambres y me dijo que evite todas esas grasas y cosas tan saladas en cantidad, que total tenía una vida larga para darme esos gustos, pero que por ahora no. De paso le pregunté más o menos qué podía comer y qué no y, aunque me recomendó una nutricionista, me tiró un par de ítems básicos.
A la salida, pasé por una farmacia y me pesé, para ver si el baby en ese mes y medio que llevaba de embarazo había engordado un poquito.
De poquito no tenía nada: ¡había aumentado 5 kilos y medio!. Me quise morir.

'Hola, ¿con la nutricionista?. Sí, ¿qué tal? Quisiera saber para cuándo puedo tener un turno. ¿El martes a la tarde? Sí, bárbaro, gracias. Hasta luego.'

domingo, 3 de octubre de 2010

De los fiambres al baño hay cientos de bocados.

Marcos salió tentado de la pieza, pero lo hice calmar para que no se creara una intriga de saber qué había pasado y terminaran todos sabiendo que el primo Julián, 'el gordito' había sido mi primera vez. No quería quilombos familiares justo esa noche.

Y arrancó la fiesta y había música y mucha, pero mucha comida. Canapés, pionono, sandwichitos, jugos, gaseosas, vino y cerveza. Papas fritas, chizzitos, palitos salados, maníes, jamón, queso y ¡fiambres!. Esa bandeja llena de mortadela, aceitunas, bondiola, salchichón primavera, salame picado grueso y fino y.. ¡la cerveza la tenía que dejar para dentro de 7 meses!.

Comí. Mucho. Y me empaché. No sé cómo habrá seguido la fiesta, no sé qué me habrán preguntado las tías jocosas y no me acuerdo qué me habrá sugerido mi vieja esa noche; si comiera menos, si saludar al tío Mario sería correcto. No sé qué novedad me habrá traído Laura de su trabajo ni qué chistes de Marcos habré festejado.

Lo que sé, es que ese empacho no me lo olvido más. Cómo será que desde la tabla de fiambres al baño y la cama no me quedó un solo recuerdo, mas que el de estar arrodillada, con la cabeza adentro del inodoro, tosiendo y respondiendole a decenas de harcadas que querían largar tanto pan, tanto arrollado, tanto ají, tanto.. TANTO.